Los modos de investigación en la sociedad del conocimiento (*)

Ignacio Avalos Gutiérrez

Sociólogo egresado de la Universidad Central de Venezuela. Profesor en la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Consultor en el área de políticas públicas y gestión del desarrollo científico y tecnológico. Ex- Presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT) (1994-1999). Líneas de investigación: Política científica y tecnológica, sociología de la ciencia, economía de la innovación
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Resumen

En el contexto de la llamada "sociedad del conocimiento" se advierte un nuevo esquema para la creación y difusión del conocimiento, mediante un esquema teórico y operativo que intenta registrar los vínculos indisolubles de la ciencia con la sociedad. Se trata de un modo que requiere de instituciones abiertas funcionando en redes de colaboración en las que la interdependencia redefine las condiciones de la actividad de investigación, la cual tiene lugar, cada vez más, en función de la conjunción de diferentes disciplinas, con el propósito de contribuir no solo al avance y desarrollo de una ciencia y del conocimiento, sino, sobre todo, a solucionar determinados problemas de la sociedad.

Palabras claves: sociedad del conocimiento, modos de producción del conocimiento, sociedad del riesgo, sistemas de innovación

Abstract

In the context of the "knowledge society" a new scheme for the creation and dissemination of knowledge is noticed through a theoretical and operational framework that attempts to register the indissoluble ties of science with society. It is all about a mode that requires open institutions operating in collaborative networks in which the interdependence redefines the terms of the research activity, which is increasingly depending on the combination of different disciplines for the purpose not only to contribute to the advance and development of science and knowledge but, above all, to solve certain problems of the society.

Keywords: knowledge society, modes of knowledge production, risk society, innovation systems


Introducción

Las cosas están cambiando mucho y muy rápidamente, cualquiera lo sabe y, sobre todo, lo siente, en casi todos los ámbitos de la vida. Así, la ciencia, según señalan los especialistas, no sólo esta propiciando enormes cambios en el plano político, económico y social, sino que a su vez esta ella misma está experimentando grandes transformaciones, tanto en las teorías, las disciplinas y en los fundamentos epistemológicos sobre los que se basa, como en la forma de llevarse a cabo y las condiciones institucionales dentro de las que tiene lugar.

Aludiendo a este último punto, en el presente artículo – es tal su objetivo – se describen brevemente las nuevas maneras de investigar, según se vienen recogiendo y dibujando en la literatura especializada. Es éste un asunto de gran importancia en el área del diseño de políticas de ciencia, tecnología e innovación en nuestro país.

Tal descripción se intenta tras una consideración sobre la sociedad del conocimiento y la sociedad del riesgo, necesaria por razones que se harán evidentes por sí mismas con el correr de las páginas.

La sociedad del conocimiento

Sobran ya las evidencias que indican que la riqueza social es, en gran medida, el resultado de la producción constante de conocimientos y tecnologías que infiltran cada rincón del quehacer humano y que son reemplazados a una velocidad vertiginosa, al igual que los productos y servicios que originan.1 En otras palabras, que el desempeño general de las sociedades actuales depende cada vez más de la capacidad para preparar a su gente, desarrollar posibilidades de investigación e innovación y crear sistemas para acceder, guardar, procesar y usar información y conocimientos; en fin, se encuentra supeditado en buena medida a la inversión en su “capital intelectual”.

1 Llama la atención lo escrito, casi en tono profético, por el sociólogo norteamericano Daniel Belll, quien hablaba de la “sociedad postindustrial” hablando de cinco características básicas : a) la importancia central del conocimiento científico para la generación de innovaciones productivas, b) la importancia creciente del conjunto de instituciones encargado de la producción y divulgación del conocimiento, c)el papel estratégico de lo que denomina “capital humano”, d) la emergencia de nuevas tecnologías que potencian la generación y difusión del conocimiento y e) la importancia de la @”prospectiva” como técnica para la orientación de las sociedades.

Las sociedades actuales se arman desde el punto de vista institucional (es decir, de sus valores, organizaciones, normas, leyes, prácticas administrativas) en función de ese capital intelectual: cómo formarlo y expandirlo, cómo organizarlo, cómo utilizarlo pareciera ser una de las tareas colectivas de más envergadura y trascendencia.

Así, el trazo que más profundamente distingue el modelo de sociedad que se viene perfilando en la actualidad es, en resumen, el amplio acceso (aunque todavía no universal, ni mucho menos) y permanente a los conocimientos existentes. Es la difusión, a través de la socialización extendida (pero no masiva) de la información, lo que marca la diferencia con el pasado reciente . O, para decirlo en otra forma, esa ubicua presencia del conocimiento, la rapidez con la que se produce, se divulga, se usa y se hace viejo, allí está el punto crucial. Manuel Castells (1999) lo señala con mucha claridad : lo que caracteriza la revolución tecnológica actual no es tanto el carácter central del conocimiento y la información, sino la aplicación de ese conocimiento e información a aparatos de producción de conocimiento y procesamiento de información y comunicación, en un círculo de retroalimentación acumulativo entre la innovación y sus usos.

Se habla, pues, de la “sociedad del conocimiento”, termino no exento, por cierto, de alguna polémica y en relación al cual cabe advertir, en resguardo de la perspectiva de análisis que guía la elaboración de estas paginas, que el mismo no equivale, según se ve en cierta parte de la literatura sobre el tema, a un modelo único de organización colectiva, y mucho menos alude a un formato ideológicamente aséptico, suerte de utopía feliz, como algunos lo han asomado. Es un grave error, entonces, y permítaseme una breve digresión, atribuir al desarrollo científico y tecnológico la exclusiva responsabilidad en las transformaciones sociales experimentadas por el planeta en estos tiempos. Grave error, asimismo, considerar que el contexto social no tiene ninguna injerencia en la orientación, ritmo, características y beneficiarios (y perjudicados) del progreso tecnológico. Grave error, en fin, poner la fe en las utopías tecnológicas (las hay varias, para diversos gustos), según las cuales el fantasma del hombre nuevo que las filosofías de la historia pretendieron construir, es ahora sustituido por el del hombre numérico, neuronal o biónico elaborado por los nuevos demiurgos de la ciencia (Salomón 2001)

Nada deja mas nítido el perfil de la sociedad emergente que el hecho de constatar la forma como se esta viviendo “la transición de las economías industriales a las economías fundados en el saber”, indicando que todos los modos de formación del valor están asociados por el empleo constante de innovaciones, tanto tecnológicas, como organizativas. Así, las economías no están basadas única ni principalmente en la acumulación de capital físico y materias primas, sino en la producción permanente del conocimiento. Desde comienzos del siglo XX ha aumentado la importancia del capital intangible con respecto al capital tangible. En fin, aumentan los indicadoress que demuestran la cada vez más determinante influencia del capital intelectual en el desarrollo productivo. El conocimiento se ha convertido en el bien de capital más influyente dentro de la actividad productiva, para cuya incubación, difusión y utilización se siguen reglas de juego distintas, en buena medida, a las que rigen en el caso de los bienes tangibles, las cuales alteran, en grado apreciable, la naturaleza misma del sistema capitalista.

En este contexto se comprende, de paso, la marcada tendencia hacia la privatización del conocimiento. El mercado se ha vuelto un factor determinante en la orientación del progreso tecnocientífico. El sector de la salud es un ejemplo bastante claro, quizá por lo dramático. Según la OMS (1999), el 10% privilegiado de la población mundial se beneficia del 90% de los 60.000 millones de dólares que al año se gastan en investigación sanitaria pública y privada. Las enfermedades tropicales son las responsables de 17 millones de muertes al año (32% del total de defunciones) pero la industria farmacéutica sólo destina el 1% de las medicinas que produce a tales enfermedades, lo cual se explica porque, como se sabe, la ciencia se organiza para responder las preguntas que se le formulan y, por decirlo de alguna manera, la capacidad de pregunta esta desigualmente distribuida. Igual situación, con las lógicas diferencias, desde luego, se encuentra en otros ámbitos y sectores, diferentes al sanitario. Esto explica, en otras palabras, por que sabemos unas cosas e ignoramos otras muchas, porque se encuentran disponibles mas respuestas a problemas planteados en función del mercado que en función de las denominadas demandas no solventes, elegante eufemismo técnico mediante el cual se alude a los sectores sociales de menos recursos.

Cabe destacar, por otro lado, que se han venido ampliando ostensiblemente, sobre todo bajo los auspicios de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los derechos de propiedad intelectual, dificultando la circulación del conocimiento y restringiendo su libre disponibilidad, incluso en áreas que hasta ahora era consideradas de carácter publico (como por ejemplo, algunas investigaciones básicas, programas de informática, bases de datos).

Pero no es solo en la economía en donde se hace evidente el enorme significado del desarrollo tecnocientifico actual. Se observa con similar trascendencia en los cambios radicales vinculados a la cultura y, por ende, alude al conjunto de las formas de vida, los entornos tanto materiales como interpretativos y valorativos, las cosmovisiones, las formas de organización social, la relación con el medio ambiente (Hess, 1995). El conocimiento científico y tecnológico se ha convertido en la práctica, así pues, en un mecanismo constitutivo de la sociedad, desplazando, transformando o reforzando, según los casos, a los mecanismos clásicos de la propiedad y el trabajo en la caracterización de la estructura y la dinámica social.

La sociedad del riesgo: los riesgos “manufacturados”

Ya el futuro no es como era antes, según rezaba un famoso graffiti, de enorme difusión hace alrededor de dos décadas. Cierto, pocos esperan hoy en día que la ciencia asegure, por sí misma, las condiciones para la generación de innovaciones tecnológicas, las cuales garantizan el crecimiento económico y éste, a su vez, el bienestar, la cohesión social y la paz. En pocas palabras, se advierte de manera cada vez más ostensible que la ciencia ya no es únicamente la solución de los problemas, sino parte de algunos de esos problemas, creados por ella misma a partir de sus aplicaciones. Para decirlo en cápsula, hoy en dia estamos mas concientes de que no sabemos cuáles son las consecuencias que se desprenden de lo que sabemos.

Pocas cosas son mas reveladores de lo anteriormente planteado que la crisis ecológica, en cuya génesis se encuentra la radical separación, trazada y vivida a lo largo de varios siglos, entre naturaleza y sociedad, distinción sobre la que tuvo lugar el desarrollo industrial a lo largo de los últimos siglos de la historia. Tan lejos como el año 1620, Francis Bacon lo afirmo, muy claramente, en su obra Novum Organum, destacando los meritos del método científico para descubrir los misterios de la naturaleza y convertir al hombre en el dueño del universo. Allí criticó la concepción que tenían los griegos de la ciencia porque nunca se preocupo por velar por la condición humana : “su sabiduría abunda en palabras, pero anda escasa de hechos”. Bacon no miraba la naturaleza como algo sagrado, sino como una “ramera colectiva” y proponía “sacudirla hasta sus cimientos” con el fin de “expandir los limites del imperio humano hasta hacer realidad todas sus posibilidades”. Su filosofía utilitaria sintoniza perfectamente con las pretensiones de explotar la naturaleza y ponerla al servicio del desarrollo.

Al contrario de lo arriba expresado, incluso (¿sobre todo?) desde los mismos predios de la ciencia se nos señala que nuestro vínculo con la naturaleza no debe estar marcada por el dominio sobre ella, por su mayor explotación, sino por la interacción en el marco de un proceso evolutivo conjunto, dentro del cual lo natural (es decir, la biosfera) y lo artificial (lo propio de la tecnosfera) se dan la mano en términos de un desarrollo sustentable, tema este que debe ser abordado en sus múltiples planos, combinando políticas y medidas muy variadas, incluyendo, de manera importante, acuerdos políticos de carácter internacional.

Debido a lo anteriormente expresado, al hablar de la sociedad del conocimiento se habla, en paralelo de la “sociedad del riesgo”, según la expresión acuñada y conceptualizada por el sociólogo alemán Ulrich Beck (1986). Según este autor, en la sociedad contemporánea, la producción social de riqueza, sostiene, viene acompañada, sistemáticamente, por la producción social de riesgos. Actualmente, no cabe, por lo tanto, atribuir el peligro a lo externo, a lo ajeno, a lo extra-humano, sino a la capacidad productiva históricamente adquirida por la misma sociedad.

Este autor sostiene que la tecnología ha creado formas inéditas de riesgo e impone una peligrosidad cualitativamente distinta a la del pasado, incluido el escenario de la autodestrucción. Hoy es cada vez mayor, afirma, la posibilidad de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la humanidad, al margen, hasta cierto punto, de barreras nacionales, sociales o generacionales. En este sentido, hasta los propios desastres naturales son cada vez menos naturales dado que se encuentran inexorablemente vinculadas a acciones humanas, influenciables, previsibles.

Vistas así las cosas, el grueso de los problemas de la ciencia no radica, según se solía plantear antes, en como hacer para someter la naturaleza y disponer de ella para llevar a cabo el desarrollo económico, sino regular los desequilibrios básicos (y controlar los riesgos, consecuencias de estos), causados a nivel global por el propio progreso tecnocientifico. En consecuencia, las fuentes de peligro no se encuentran en el desconocimiento de la naturaleza, sino, aunque pueda sonar paradójico decirlo, en las consecuencias practicas que se han desprendido del conocimiento cada vez mayor sobre ella.

En suma, hablar de riesgo no es solo hablar de pérdidas y averías potenciales, sino también de imputar responsabilidad a algún actor social, por acción u omisión. En la nueva sociedad a la que nos adentramos, el eje que estructura la sociedad no es tanto, sostiene Beck, la distribución de bienes, como la distribución de riesgos. No es extraño, entonces, que el riesgo forme parte central de los debates sociales y políticos contemporáneos.

Y conste que las advertencias ya no provienen principalmente de los nostálgicos opuestos al progreso, moralistas trasnochados, convencidos de que el mundo fue construido (y terminado) según designios divinos, sino de nuevos movimientos políticos cuya razón de ser es, en gran medida, la inclusión en su agenda el tema del desarrollo tecnocientifico, así como de de los propios medios científicos, como ya dije.

Se habla, por eso, de la “ciencia reflexiva”, esto es, la ciencia ocupada en la revisión de si misma y en su propia autocrítica, asumiendo, por otra parte, su condición de hecho social. Dicho de otra manera, la ciencia tomada como tema de si misma, mirándose como causa y fuente, a la vez, de solución de los riesgos.

De esta manera, y como lo han señalado numerosos estudiosos del tema, la línea divisoria entre los debates científicos y los debates políticos se vuelve borrosa, incluso inexistente en algunas circunstancias, conforme lo prueban claramente, las discusiones relativas al cambio climático y a los alimentos transgénicos, por solo mencionar dos temas, entre otros muchos que tal vez sean menos sonoros para la opinión publica, aunque no necesariamente menos importantes.

Como consecuencia de lo indicado hasta ahora, en el contexto de la sociedad del conocimiento (y de la sociedad del riesgo, no olvidar su otra cara), el escrutinio publico sobre las actividades científicas y tecnológicas es asunto que empieza a mirarse como condición, cada vez más crucial, para la existencia de la democracia.

Cambio en los modos de producir el conocimiento

Como se sabe, los criterios de validación del conocimiento tradicionalmente se referían al conocimiento confiable, aquel que es validado por medio del consenso de la comunidad de investigadores con base, sobre todo, a la replicabilidad de los resultados. Hoy en día cobra cuerpo la noción de que el conocimiento, además de confiable y replicable, tiene que ser calibrado por sus implicaciones sociales y ambientales, a manos de un grupos mas amplios de actores sociales.

En este último sentido, diversos autores (ver, por ejemplo, Gibbons y otros, 1994) vienen coincidiendo desde hace cierto tiempo en torno a la identificación, como tendencia, de un nuevo esquema para la creación y difusión del conocimiento, un esquema teórico y operativo que intenta registrar los vínculos indisolubles de la ciencia con la sociedad. Dado que se trata de un modelo hay que señalar que el mismo varia según las circunstancias y que debe ser visto, en la practica, mas bien como un desiderátum, cuyo cumplimiento siempre tiene que verse las caras con la realidad.

A los efectos de este escrito cabe señalar que se trata de un modo que requiere de instituciones abiertas funcionando en redes de colaboración en las que la interdependencia redefine las condiciones de la actividad de investigación. En general, se trata de esquemas de cooperación flexibles, heterogéneos y poco jerarquizados, a través de los cuales se logran masas criticas de recursos y capacidades en campos que evolucionan aceleradamente y que suponen la creación de conocimientos por medio de una gran variedad de organizaciones, tanto publicas como privadas, tanto empresariales, como académicas.

Hay, pues, un aumento considerable en el número y la variedad de los actores sociales encargados de producir el conocimiento, actuando en sistemas abiertos en cuyo seno se genera, desde diferentes puntos y con distintas direcciones, un conjunto de informaciones y conocimientos de diversa índole, lo cual contribuye a hacer mucho menos diáfana la distinción entre oferentes y demandantes porque los propios usuarios dejan de ser pasivos receptores y se incorporan también al procesos de generación de novedades. Por eso se habla de un modo de producción de conocimientos “socialmente distribuido”.

Por otro lado, la investigación tiende a ocurrir menos de manera individualizada o en grupos cerrados por disciplina y tiene lugar, cada vez más, en función de la conjunción de diferentes disciplinas, con transferencia de saberes y competencias de una área a otra a fin de abordar problemas según una lógica que implica la multi y la transdisciplinariedad, integrando las ciencias naturales, las ciencias sociales y las ciencias humanas, entre ellas y dentro de ellas. Se trata, valga insistir, de un enfoque sistémico, basado en la premisa de que el conocimiento sobre la realidad es siempre incompleto y que asume el tratamiento de los temas y los problemas en términos de sus interconexiones, de las relaciones con su contexto, apartándose de esquemas estáticos, aislacionistass y reduccionistas. 2

2 En efecto, el grueso de los métodos científicos se ha caracterizado tradicionalmente por reducir, normalizar, muestrear, controlar factores externos, de modo que la reputación de la buena ciencia dependía de que se produjera fuera de las perturbaciones de la sociedad. Hoy, por el contrario, además de la confiabilidad, el nuevo horizonte para la pertinencia de la ciencia, se traslada crecientemente a la sociedad (Vessuri, 2002). La gran tarea es, por tanto, superar la fragmentación del saber, propia del análisis realizado en las condiciones controladas, típicas del laboratorio, la cual no refleja adecuadamente el mundo real y, por otro lado, promover la consideración de los sistemas complejos, situar las informaciones y saberes en el contexto que les otorga su significado, en fin, anticipar los riesgos y las oportunidades vinculados a la investigación y al uso de sus resultados.

En suma, el modo actual de producción de conocimientos se manifiesta en la construcción de estructuras teóricas y métodos de investigación diferentes y de nuevas formas de práctica de investigación que rebasan a una disciplina y que no están destinadas, sólo ni principalmente, a contribuir al avance y desarrollo de una ciencia y del conocimiento científico, sino, conforme ya se anotó, a solucionar un problema específico.

Finalmente, en el nuevo modelo, las implicaciones sociales y ambientales del conocimiento están incorporadas al proceso mismo de su generación, lo cual, como es fácil suponer, cambia radicalmente la óptica desde la cual se construyen los programas de trabajo de investigación, entre otras razones por una que resulta fundamental : las derivaciones de la utilización de conocimientos y tecnologías no son meros “aspectos externos”, simples “efectos colaterales” y de los cuales hay que ocuparse una vez que sobrevienen. De esta manera, la responsabilidad social penetra todo el proceso de producción del conocimiento. Involucra, pues, a todos los actores, ya sean productores o usuarios del conocimiento, lo cual los convierte en agentes activos en la definición y solución de los problemas para los que se genera el conocimiento, sino también en la evaluación de su desempeño. Sobre este punto vuelvo un poco mas adelante.

Con el surgimiento de esta nueva práctica de investigación, también ha emergido, como consecuencia, un sistema de control de la calidad que se distingue por intervenir en todo el proceso de generación del conocimiento y no sólo evalúa el producto o resultado final. Este sistema es mucho más amplio que el sistema de evaluación de la calidad que distingue a la ciencia académica (el control se ejerce a través del juicio de los “pares”). Como resultado de la presencia de una mayor base social , también cambian los criterios para el control de calidad del proceso de producción de conocimiento, ya que no sólo se considera el aspecto científico, sino que se incluyen otros criterios de índole social, política, económica y ambiental que tienen mucho más valor en este sistema, esto es, queda sometida también al “juicio de los impares”.

Una palabra final

Se perfila, en resumen, un modelo distinto para la producción de conocimientos, pero, como lo señalé arriba, es mas bien un “tipo ideal”, como habría dicho Max Weber, identificable en varios formatos y con diversos grados de fidelidad en el plano de lo real. Y también, desde luego, con diversos grados de dificultad, piénsese, en particular, en los obstáculos que es posible observar, con respecto a algunos de sus rasgos (por ejemplo, la evaluación ex – ante de la investigación desde el punto de vista ambiental), en un contexto que, como ha sido dicho en diversas oportunidades, se encuentra fuertemente marcado por la privatización del conocimiento.

Es un modelo que replantea, por otra parte, viejos temas de la política científica y tecnológica. Replantea, por ejemplo, el asunto de las diferencias entre ciencia y tecnología, haciéndolas borrosas a tal punto que se ha acuñado la expresión de “tecnociencia”. Replantea el concepto de transferencia de tecnología, puesto que diluye, así mismo, la separación entre quienes producen el conocimiento y quienes están llamados a usarlo. Replantea, por decir una última cosa, la distinción, sempiterno dolor de cabeza para académicos y funcionarios gubernamentales, entre ciencia básica y ciencia aplicada o pertinente hasta convertirla, según no pocos, en inútil e inoperante como criterio para la definición de políticas.

En fin, y por lo que ha quedado anotado a lo largo de este breve texto, lo que representa este nuevo esquema, según el cual empieza a transcurrir la investigación en la actualidad, no es tema que pueda soslayarse en Venezuela, al contrario.

Referencias Bibliográficas

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  1. Avalos G., Ignacio (2004), “Ciencia, Mercado y Desarrollo Sustentable”: Ciencia y uso del conocimiento en Venezuela, Fundación Polar, Caracas
    1. Beck, Ulrich (1996), La Sociedad del Riesgo, Editorial Siglo XXI España, Madrid.
    2. Beck, Ulrich (2002), La Sociedad del Riesgo Global, Editorial Siglo XXI
    3. España, Madrid
  2. CEPAL (2002), Globalización y Desarrollo, Santiago de Chile.
  3. Etzkowitz H. y L. Leydesdorff (2000), The dynamics of innovation: from National System and Mode 2 to a Triple X of University-Industry-Government relations Research Policy XXIX, Sussex.
  4. Gibbons, M., C. Limoges, H.Nowotny, S. Schwartzman, P.Scott y M. Trow (1994), La nueva producción del conocimiento, Edición Pomares, Barcelona-España.
  5. Giddens, Anthony (2000), Un mundo desbocado, Ed. Taurus, Madrid,
  6. Hess, D.J. (1995), Science and Technology in a multicultural work, Columbia University Press . OEI (2201), Ciencia, tecnología y Sociedad,
  7. Rifkin, Jeremy (2000), La era del acceso, Editorial Paidos, España.

  8. Salomón. J.J. (2001), “El Nuevo Escenario de las Políticas de la Ciencia”: Revista Internacional de Ciencias Sociales, UNESCO, París.
  9. Vessuri, Hebe (2002), “El ejercicio de la observación sociotécnica: a propósito de los observatorios de ciencia y tecnología”: Cuadernos del Cendes, Universidad Central de Venezuela, Caracas.
  10. (*) Una versión de este texto fue publicado en la revista Tecnología y Construcción, N°21-I, IDEC-FAU-UCV/IFA-LUZ, Caracas, 2005